La crisis del reino de León
 
 
La rebelión de los burgueses de Sahagún
 
 
 
La villa de Sahagún
 
El lugar se llama así en honor al mártir san Facundo (Sant Facund -> Sahagún). Su monasterio alcanzó gran importancia a partir del siglo XI gracias a la llegada de los monjes de Cluny y a su posición estratégica en el Camino de Santiago.
 
En efecto, si a comienzos del siglo XI el reino de León sólo contaba con dos núcleos de población a los que se podía dar la categoría de ciudad (León y Burgos), a finales de este siglo el Camino de Santiago había favorecido las concentraciones de gentes de diversas procedencias en numerosos enclaves. “Por la vía transpirenaica se avivó considerablemente un tráfico comercial que promovió una intensa corriente migratoria convergente hacia el lado español y constituyó una vía de penetración renovadora en el orden de la cultura, y, sobretodo, en el religioso, a causa de la frecuentación de elementos extranjeros, principalmente francos, de las rutas de peregrinación de Santiago de Compostela.
 
 “Estos grupos de inmigrantes, los “francos”, se instalaron, como es sabido, en ciudades viejas y nuevas del Camino de Santiago y cumplieron una función económica diferenciada, comercial y artesanal;  a estos grupos se sumaron rápidamente otros locales y algunos más, desplazados de la zona musulmana, mozárabes y judíos (…)
 
“La instalación de estos grupos promovió un considerable desarrollo urbano y económico” (1)
 

Urraca I de León
  
 El rey Alfonso VI dotó a Sahagún de un fuero en 1085, que permitió la llegada de gentes de todas partes y la convirtió en una de las ciudades más importantes de la España cristiana, tanto en el aspecto comercial como cultural. “Sahagún es un señorío en el que los abades tienen los privilegios feudales: los vecinos deben un censo anual, están sujetos al monopolio del horno y nadie puede vender ni comprar paños o pescado antes que lo hayan hecho los monjes” (2). El fuero de 1085 regula, según Ana María Barrero García: la exención del fonsado (tributo al rey para los gastos en la guerra), la prohibición de tener otro señor que no sea el abad y sanción a quien reconozca otro que no sea él; fijación del pago de un censo por el suelo y la venta de la casa; sanción por la falsificación de medidas y caloña (pena en dinero por un delito) por el  homicidio conocido.  El fuero da al abad la prerrogativa de ser “Juez, árbitro y Señor de la villa de Sahagún”. Además de los fueros municipales, “se concedieron al monasterio una serie de privilegios, unos anteriores a 1085, encaminados fundamentalmente a fijar la extensión del coto y eximirle de la jurisdicción real, tema sobre el que insiste en el primer fuero; otros, posteriores a éste, dan a los abades determinados privilegios, como el de la celebración de mercado en 1093, o la facultad de labrar moneda” (3)
 
Las Crónicas de Sahagún nos lo cuentan de la siguiente manera:
 
“Pues ahora como el sobredicho rey [Alfonso VI] ordenase y estableciese que allí se construyese una villa, juntáronse de todas partes del universo burgueses de muchos y diversos oficios, a saber: herreros, carpinteros, sastres, peleteros, zapateros, escudarios y hombre enseñados en muchas y diversas y extrañas provincias y reinos, a saber: gascones, bretones, alemanes, ingleses, borgoñones, normandos, tolosanos, provinciales, lombardos, y muchos otros negociantes de diversas naciones y extrañas lenguas; y así pobló e hizo la villa no pequeña. Y luego el rey hizo tal decreto y ordenó que ninguno de los que morasen en la villa, dentro del coto del monasterio tuviese por respeto hereditario o razón e heredad, campo, ni viña, ni huerto, ni era, ni molino, salvo si el abad, a manera de préstamo, diese alguna cosa a alguno de ellos, pero pudiese tener casa dentro de la villa, y por causa y respeto de ella pagase todos los años cada uno de ellos al abad un sueldo por censo y conocimiento de señorío; y si alguno de ellos cortase del monte que pertenece al monasterio aún tan solamente una rama, que sea puesto en la cárcel o sea redimido a voluntad y beneplácito del abad. Otrosí ordeno que todos deban ir a cocer el pan al horno del monasterio, lo cual como a los burgueses y moradores era muy grave y enojoso, con grandes plegarias rogaron al abad que a ellos fuese lícito y permitido cocer el pan donde mejor les viniese, y que cada uno de ellos le entregase cada año un sueldo, lo cual les fue otorgado y por escritura firmado, como conviene saber, que por todos los años los burgueses y moradores pagasen al monasterio dos sueldos, uno en la pascua en respecto al horno, y otro por la fiesta de todos los santos, en nombre del censo y señorío. Ordenó otrosí el rey que ninguno de los condes y nobles tuviesen casa o habitación en la villa de Sahagún, sino tan solamente los burgueses franceses y castellanos, y si por ventura, por consentimiento y otorgamiento del abad, alguno de los nobles tuviese casa o habitación, debiera obedecer al abad lo mismo que los burgueses, y eso mismo debía pagar al censo; y porque este decreto y estatuto a todos los nobles fuera estable y firme, el palacio e iglesia de Santa María Magdalena y el baño que la susodicha reina Constanza en su propia mansión había edificado, el muy piadoso rey donó a Dios y a sus mártires su autoridad de testamento, diciendo: no plazca a Dios que alguno de mi generación y parentela sea heredero de la tierra o villa, la cual los santos mártires con su propia sangre regaron y con su sagrada muerte compraron. De la misma manera, el mercado que primeramente se hacía en Grajal, que es villa real, traspasó a la villa de Sahagún, y esto que fuera una ayuda para los monjes, y este establecimiento confirmó con su autoridad real; y aún ordenó por reverencia a los mártires de Jesu Xpo que los burgueses de Sahagún no pagasen al rey portazgo ni tributo alguno. Otrosí, aún ordenó que en expedición del rey o hueste suya no sean obligados a ir, aunque sea costumbre de las otras ciudades y lugares de ir, salvo si, lo que a Dios no plazca, la persona del rey fuera cercada por sus enemigos en algún lugar. Otrosí, si algún recaudador, o ministro oficial del rey dentro del coto o villa de Sahagún por la fuerza presumiera de usar algún derecho real, mandó que le maten, y que el matador quede sin castigo. Y por cuanto los burgueses de Sahagún usaban pacíficamente de sus mercaderías y negociaban con gran tranquilidad, por eso venían y traían de todas las partes mercaderías, así como oro y plata, y aún muchos vestidos de diversas formas, de manera que los dichos burgueses y moradores eran muy ricos y abastecidos de muchos deleites”. (4)
 
 
Del monasterio de Sahagún llegaron a depender un centenar de monasterios, conventos e iglesias a lo largo de todo el reino castellanoleonés.
 
“Las ciudades de la zona del Camino francés, desde Nájera a Santiago, debían su existencia a las peregrinaciones. La acogida a los peregrinos, así como las actividades artesanales y comerciales, que derivaban de ella, habían significado su fortuna (…) Se habían formado aglomeraciones nuevas en las orillas de los ríos (Miranda de Ebro, Nájera), o alrededor de un monasterio (Sahagún); algunas sedes episcopales (Astorga, Oviedo, Lugo) y ciudades antiguas (Burgos, León) habían sido vivificadas por la afluencia de población. Los recién llegados eran a menudo francigeni, pero también campesinos atraídos por las nuevas perspectivas de libertad y ganancia que ofrecía la ciudad, incluso judíos. EL crecimiento urbano tuvo un carácter espontáneo, pero fue alentado y apoyado por el poder real. Para fijar definitivamente a la población y atraer a nuevos populatores, los soberanos otorgaban franquicias (fueros) y asignaron a la ciudad naciente o en vías de desarrollo un marco institucional. El señor –delegado del rey, obispo o abad- designaba administradores y jueces (merino, sayón, alcalde…)” (5)
 
No obstante, “tradicionalmente se ha puesto mucho énfasis en el significado alcanzado por la vía urbana a lo largo del Camino de Santiago –desde Logroño hasta la ciudad del Apóstol, pasando por Burgos, Sahagún, León-. Pero el fenómeno fue no menos importante en la línea del Duero (Zamora, Palencia, Valladolid, Osma), en la fachada septentrional (Bayona, La Coruña, Avilés, Llanes, Castro Urdiales, Santander, San Sebastián) o incluso en las Extremaduras, en donde las ciudades de frontera fueron perdiendo su función militar, al tiempo que ganaban en importancia las actividades artesanales y mercantiles (Salamanca, Avila, Segovia) (…). El crecimiento de estos núcleos fue, en ocasiones, espectacular. Valladolid, una modesta aldea rural a mediados del siglo XI, requirió al concluir el siglo XIII la construcción de una nueva cerca, que protegía el recinto cercano a las cien hectáreas.
 
“En las ciudades se localizaban numerosos oficios. Veamos el ejemplo de León en los siglos XII y XIII: allá había entre otros oficios, carniceros, vinateros, horneros, sastres, zapateros, bataneros, tejedores, traperos, corregueros, peleteros,  pedreros, carpinteros, herreros, cuchilleros, orfebres, olleros, albarderos, etc., sin olvidar los cambiadores, médicos, abogados o escribanos. Estas actividades, no obstante, apenas solían rebasar al ámbito de las necesidades puramente locales” (6)
 
La población de Sahagún podría estar entre los 8.000 y los 12.000 habitantes, cifra muy respetable para la época. En 1347 le fue concedido el disponer de una Universidad propia. Había una importante comunidad francesa, así como judíos y mozárabes.
 
 
Representación de una batalla entre las tropas de Urraca y del Batallador
 
 
 
La revuelta de Sahagún
 
La Crónica de Sahagún hace una descripción idílica de cómo se vivía en la villa antes de las revueltas: “En tiempos por cierto del rey don Alfonso [VI], cuya ánima goce de los bienes del paraíso, ninguna villa o lugar tenía menester de hacer una fortaleza con cerca,  por cuanto cada uno tenía paz y se gozaba de gran seguridad, y los viejos se sentaban  alegremente bajo su vid y su higuera tratando con gran placer de la paz,  la cual entonces mucho resplandecía; los mancebos y las vírgenes traían grandes danzas y alegres bailes en las encrucijadas de los caminos, teniendo gran placer y tomando consolación de la flor de la juvenil edad, y la tierra misma se alegraba de sus labradores, como ellos gozaban de la misma tierra”. (4)
 
Todo cambiaría a partir de los últimos años del reinado de Alfonso VI. En 1087, se produce un movimiento de protesta de los burgueses cuando el abad pretende construir unas casas en terrenos comunales. El abad consiguió desbaratar la protesta e impuso penas pecuniarias a los rebeldes, aunque el rey planteaba castigos ejemplares. “En tiempos de buena memoria del rey Alfonso y en tiempos del abad don Juan, el concejo de Sahagún se levantó contra el abad y monasterio, haciendo muchos agravios e injurias de palabras, por lo cual ordenó el concejo que derrocasen las casas que el monasterio tenía cerca de la era antigua, diciendo que estaban edificadas a la salida de la villa; sabido lo cual, el abad, con algunos de la villa que no consentían en estos hechos del concejo, llamó a la abadesa de San Pedro, llamada María Rodríguez, hija de Rodrigo Girón, y hizo que se quedase en dichas casas de la era. Al día siguiente se levantó el concejo de la villa, y haciendo grandes asonadas y levantado el pendón, fueron todos a una a derrocar dichas casas, y cuando algunos de ellos ya subían por encima de las casas para derruirlas, salió la abadesa y les dijo: ¡Oh concejo de Sahagún, mal haceis en destruir la heredad de vuestro abad y a mí me hacéis gran deshonra! Ellos entonces, espantados por las voces de la abadesa, dejaron las casas que ya habían comenzado a destruir.  Después el abad fue a ver al rey, y le contó su injuria y  la deshonra que habían cometido contra la abadesa; y luego el rey, muy enfadado por dicho exceso, llamó a los mayores de la villa, y presos veintiocho de ellos muy significados, quiso y mandó que les sacasen los ojos o que los ahorcasen; pero el abad, hincadas las rodillas y con lágrimas, rogaba al rey que le placiese más mansamente ajusticiarlos de otra manera, para que él no incurriese en la irregularidad de lo que manda la misa. Entonces el rey le dio poder al abad para que los castigase con pena pecuniaria, según como lo viera mejor, lo cual así fue hecho, pues ellos sirvieron al abad, y el abad les condenó a cinco mil piezas de oro.” (4)
 
En 1096 los ciudadanos de Sahagún consiguen suprimir el monopolio del horno a cambio de pagar un censo anual de un sueldo, y, a la muerte de Alfonso VI, lograron la supresión del impuesto de la mañería (derecho del abad de heredar los bienes de los que morían sin sucesión legítima).
 
 
 
Batalla medieval
 
En 1110, cuando las tropas de Alfonso el Batallador se acuartelan en Sahagún, los burgueses inician la revuelta. Consiguieron que  el abad Diego huyera. A los pocos meses, ubicado el abad en Grajal (cerca de Sahagún) tuvo que huir de nuevo porque esta vez peligraba su vida a manos de los campesinos. “Ocurrió un día que el abad fue a un llano de la villa Grajal donde estaba reunida dicha hermandad, y como a muchos de ellos se quejase de los moradores de la villa de Sant Andrés, los cuales le negaban la labranza y lo debido, y aquellos rústicos allí reunidos, con gran ímpetu y ruido lo quisieron matar, lo cual como lo oyese el abad, apartóse de la reunión, el cual como viniese y huyese y ya llegase a las puertas de la villa, los burgueses le cerraron las puertas, y siguiéndole los dichos rústicos para cogerle, huyó y se acogió a la ciudad de León y luego de allí se fue al monasterio de Nogal, y así por tres meses anduvo huyendo”. (4)
 
Ante la posibilidad de que las tropas de Urraca sitiaran Sahagún, los burgueses piden a las tropas aragonesas que abandonen la villa: “Enterados los burgueses de Sahagún que la reina quería hacer divorcio y apartamiento de su marido, quisieron defender y amparar a los caballeros aragoneses, con los cuales y por los cuales acometieron y quebrantaron el monasterio, más como los condes y nobles barones se uniesen para cercar la villa y combatirla, los burgueses tuvieron gran temor; y estaban en gran peligro, por cuanto no se había hecho ninguna cava ni fortaleza adecuada. Entonces rogaron que a los aragoneses les fuese dada la paz y que se fuesen, lo cual fue hecho.” (4)
 
Antes estos hechos,  creyéndose seguro el abad Diego regresa a Sahagún y cede su cargo a Domingo. El obispo de Toledo había mandado una carta a los burgueses, amonestándoles para que detuviesen la rebelión, pero el efecto es el contrario: los burgueses hacen que el abad tenga que huir de Sahagún. “Las cuales cartas recibidas, los burgueses en tanta ira se encendieron y con tanta indignación se alteraron y enloquecieron, que si al abad hubiesen tenido ante sus ojos, en pedazos, a manera de las bestias feroces, le hubiesen despedazado. Mas la bondad de Dios proveyó, que ocurrió que el abad estaba ausente, pero apenas se pudieron refrenar, no permitiendo Dios que aquel día no echaran a los monjes fuera del claustro(…). Enviaron al abad mensajeros que si quisiera mantenerse en vida, no tratase de volver  al monasterio, y él, recibidos los mensajeros, huyó desnudo y despojado de todas las cosas, andando huidizo dos meses.” (4)
 
Los  burgueses se dirigen otra vez a Alfonso el Batallador, cuyas tropas vuelven a Sahagún y coloca como abad a su hermano Ramiro en marzo de 1111.
 
 
 
Batalla medieval
 
 El malestar contra el poder eclesiástico abarcaba a toda la población: “En este tiempo, se levantaron contra el abad y todos nosotros, no solamente los ricos y los nobles burgueses, sino las personas muy viles, tales como curtidores, herreros, sastres, peleteros zapateros, y aún los que en las casas bajo tierra hacían sus oficios; los cuales, según la costumbre, llamaban, hombres mancebos…; y los que hacían los escudos y aún los que pintaban las sillas” (4)
 
 El clero secular también estaba en el bando rebelde: la oposición a la reforma cluniacense y el sentirse excluídos de los privilegios de los monjes está en la base de esta postura. “Y aún los clérigos que estaban en las iglesias de la villa, de las cuales los monjes estaban acostumbrados a recibir parte de las oblaciones, rebelábanse contra ellos y les negaban la parte a que estaban obligados, injuriándoles de palabra”. (4)
 
Los burgueses se organizaron en “hermandades”, con juramento de sus miembros.
 
A finales de 1111, las contradicciones entre burgueses y campesinos de la zona estallan. Los burgueses se estaban apropiando de las tierras del abad, con lo que en el campo tan sólo se estaba produciendo un cambio de dueño, sin ninguna mejora para el campesinado. Los campesinos se organizaron en una especie de sindicato o Hermandad a partir de 1111. “En este tiempo todos los rústicos y labradores y gente menuda se juntaron, conjurándose contra sus señores de que ninguno de ellos diese a sus señores servicio debido; a esta conjuración llamaban hermandad, y por los mercados y villas andaban los pregoneros pregonando a grandes voces; sepan todos que en tal y tal lugar, tal día señalado, se reunirá la hermandad (…); y negaban los portazgos y tributos y labranzas a sus señores, y si alguno por ventura se lo pedía, luego lo mataban, y si algunos de los nobles les diesen favor y ayuda, a tal como éste deseaban que fuese su rey y señor y si algunas veces les parecía hacer gran exceso, ordenaban que diesen a sus señores las labranzas tan solamente negándose y tirando todas las cosas.” (4)  
 
Entre 1110 y 1115 los burgueses llegaron a anular el fuero de la villa e impusieron el suyo propio. Uno de los puntos esenciales fue la liquidación del impuesto de horno. Se estipulaba también que ni el rey ni la reina podían entrar en la villa hasta que jurasen las nuevas leyes. “A los molinos pusieron nuevas costumbres y rentas para el uso del moler, negando el sueldo por el horno acostumbrado; establecieron otrosí que ni el rey ni la reina no entrasen primeramente hasta que firmasen y otorgasen de guardar con su juramento las costumbres que habían escrito y ordenado” (4). El pago del censo por el horno y el privilegio de compra y venta de los monjes sobre el resto de la población, constituía una fuerte carga para los burgueses, en unos momentos de seria crisis económica. En noviembre de 1114, cuando la insurrección ya estaba en peligro, los burgueses pretendieron que los monjes firmaran las nuevas leyes y así asegurar su poder: “Entonces todos los burgueses, entrados en el capítulo de Sant Fagun, mostraron a los monjes una carta en la cual estaban escritas nuevas leyes y costumbres, las cuales ellos mismos para sí es cogieron y ordenaron, quitando las costumbres que el de buena memoria rey don Alfonso [VI] había establecido, y mostrando dicha carta, comenzaron a apremiar a los monjes que dichas sus leyes firmasen con sus propias manos”. (4)
 
 
Moneda de Alfonso el Batallador
  
Alfonso el Batallador puso varios delegados suyos al frente de Sahagún, El primero fue un tal Sanchianes, en 1112: “Se reunieron los burgueses con el dicho Sanchianes, aconsejándole que todas las cosas que pertenecían al abad se las quitase del poder de los monjes y las sometiese a él mismo (…) en aquel momento tomaron los huertos, tierras, campos, viñas y molinos, y lo pusieron bajo el mando de los aragoneses. Y lo mismo, por inducción de ellos, los vicarios de la villa y guardas del monte y todos los que estaban sobre los negocios del monasterio, fueron quitados del poder de los monjes y fueron puestos bajo el señorío y poderío del dicho Sanchianes; fue aun enviado por todas las villas y obediencias de Sahagún ordenado que ninguno de los rústicos o súbditos diese ni hiciese algún servicio a cualquiera de los monjes, salvo al dicho Sanchianes. Los monjes, otrosí que estaban por las obediencias, o que obedeciesen al aragonés, o que permaneciesen enclaustrados.” (4)
 
Sanchianes expulsó al abad; Ramiro, hermano del Batallador, se colocó en su lugar: “Celebrada la santa pascua, volvió al burgo de Sahagún, y convocados los burgueses y habiendo hablado con ellos, mandó a sus caballeros que ordenaran al abad salir del claustro; lo cuales, como él saliese, le cerraron las puertas de la claustro, amenazándole y diciéndole que partiese de allí y fuese a donde quisiese, y que no entrase en las obediencias y granjas de Sahagún, y si así lo hiciese, que tuviese por cierto que lo detendrían y encarcelaría, y así lo forzaron para que huyese; y no se llevó sino una simple vestidura sencilla, nada más. Y vueltos los caballeros, como contasen al rey y a los burgueses que el abad había partido, comenzaron a tener con el rey secreto consejo, para que echase a todos los monjes y en lugar de ellos pusiese a doce clérigos; entonces el rey dijo: ‘por el momento no lo hagamos, pero usemos el consejo de los labradores, los cuales acostumbran a decir: no te diré que te vayas, pero conseguiré que huyas’. Y luego, a petición de los burgueses, puso al frente de la villa a un caballero suyo, que se llamaba Sanchianes… y luego llamó a su hermano, falso y mal monje llamado Ramiro, y le mandó que entrase en el monasterio de Sahagún y se hiciese señor de él”. (4)
 
Regresado el abad a la villa, hubo otro intento de expulsión, pero Urraca lo impidió. El motivo era que el abad pretendía que las tropas de la reina entraran en Sahagún y así evitar que la villa cayera en poder de los aragoneses. “los burgueses, se juntaron todos, y llevaron al abad a su consistorio, y allí, unos le llamaban traidor, otros homicida, otros ladrón, otros maléfico y malhechor, otros digno de ser apedreado, otros digno de ser ahorcado, otros digno de ser quemado, otros digno de ser lanceado, y lo decían a grandes voces. Y como ya fuese sentenciado a muerte y se sentase en medio de ellos casi sin sangre, perdido el color, uno de ellos, llamado Bernardo, lo quiso traspasar y matar con el cuchillo, mas otro le retuvo, por cuanto confiando en él le había sacado del monasterio, el cual, sacándolo de la reunión de los malos, retorno a la claustro. Entonces, ellos, siguiendo la conjuración y la conspiración, le enviaron mensajeros diciéndole que si quería seguir con vida, huyese del monasterio y se fuese, pues de otra manera, ni el claustro, ni la iglesia, ni el altar, ni el hábito religioso le podrían defender, a menos que luego sufriese la pena de muerte (…).Pero el acatamiento de la misericordia suprema no nos desamparó del todo, por cuanto la reina al día siguiente con gran prisa venía a la villa de Sahagún, la cual, oído el desprecio y expulsión del abad, tuvo mucho enojo y turbación, y haciendo suyo el desprecio y denuesto que le había hecho a él.” (4)
 
 El siguiente delegado del rey aragonés fue Guillermo Falcón, que se hizo con la villa de esta manera: “Y finalmente una noche cuando el alba derramaba sus rayos, los burgueses fueron a las puertas de la villa y a Guillermo Falcón y a los caballeros del rey de Aragón, que para eso fueron enviados allí, hallaron, y abiertas las puertas, a grandes voces dijeron: viva, viva el rey, y hasta el palacio del rey, con silbidos y alaridos los llevaron por mitad de la villa. El abad, por cierto, y todos los castellanos sabiendo de ello cosa alguna, así como la hora lo demandaba, ellos dormían. Hecha ya la mañana, ofrecieron al abad diciendo: este caballero del rey os presentamos y metemos en la villa para su defensa; y a él de esta nuestra villa hacemos adelantado y mayoral, y queremos que con él compartas el honor de Sahagún, de tal manera que con nosotros pueda el vivir honorablemente y triunfe sobre nuestros enemigos”.(4)
 
También se hizo con los bienes de los monjes: “Al caballero del rey mandaron [los burgueses] que tomase y recibiese la mitad del honor y la mitad de los molinos y de las rentas de la villa, añadiendo esto: ‘no permitiremos que los monjes y el abad glotones coman y beban y los caballeros del rey mueran de hambre’. Guillelmo Falcón, se llamaba” (4)
 
Otro incidente que revela cuál era el estado de ánimo fue el de la puerta que daba a los huertos de los monjes. “En los tiempos en que primero la villa de Sahagún tenía una cerca de defensa, fue ordenada y hecha una puerta que da a aquella parte del castillo llamado de Cea, y en aquella parte los nuestros que en aquella villa moraban, y ellos llamaban castellanos, y vivían toda la familia del monasterio, y por esta puerta se tenía acceso a la era, a los huertos, a los prados, a las viñas del monasterio, y todas las cosas que eran necesarias a nuestros usos por ella entraban o salían. Pero los burgueses, provocados no sé por qué espíritu de celosía, establecieron cegarla, lo cual después hicieron. Un día, ante las puertas de la iglesia de Sahagún estaban, y trataban de que la puerta fuese cerrada y tapiada con pared; y un clérigo de buen juicio, llamado Martín, oyendo sus dichos, que mal le parecían, les dijo: sin duda, injustamente haceis contra el abad y contra los monjes y aún contra todos nosotros, por cuanto todas nuestras entradas y salidas se hacen por aquella puerta; las cuales sus palabras ellos despreciaron y aún comenzáronle a injuriar, llamándole mentiroso y engañador; y él, provocado y encendido por los denuestos, contra ellos decía: por cierto, quien esta puerta cierre merece la muerte, y será digno de sostener las penas de la venganza; lo cual oyeron los burgueses, así como las bestias fieras rechinando con los dientes, comenzaron todos a uno a clamar: ha, ha, muera, muera el hijo del diablo, muera; diciendo esto, le agredieron con las manos, y unos con los puños, y otros coceándole, y otros arrancándole los pelos muy cruelmente, lo tundieron e hirieron; mas él, como era joven, por fuerza huyó de sus manos, y con gran prisa corrió a la puerta del claustro, la cual, disponiéndolo el Señor, halló abierta, y así se metió dentro del claustro y cerró detrás de sí la puerta y la atrancó bien; pero ellos, yendo detrás con gran impulso e insulto, la dicha puerta del claustro a patadas y a grandes empujones rompieron y a tierra echaron; fueron, pero, algunos pocos que tan gran maldad aborreciendo, a los otros enfrentaron para que no rompiesen y entrase por fuerza al claustro, y diciéndoles que no osasen tocar nunca más al clérigo; ellos regañando, decían palabras espumosas e injuriosas y que no podían entender; mas como el abad no quisiese las dichas puertas del claustro levantar, le amenazaron diciéndole: por la sangre de Dios, si hoy en este día las puertas del claustro en su lugar no fuesen rehechas y levantadas, las cabezas del abad y los monjes, así como ladrones y enemigos de Dios, serán rotas y cortadas; lo cual oído por el abad y los monjes y conociendo la ira de los burgueses ya tantas veces conocida y experimentada, mucho temieron, y las puertas del claustro rehicieron y en su lugar alzaron” (4)
 
El último delegado del Batallador fue Giraldo, el más odiado por los monjes a juzgar por la descripción que hacen de él. “El rey de Aragón envió por sucesor de Guillermo Falcón a Giraldo, un pariente suyo, según que se decía. Era por cierto el dicho Giraldo muy feo, muy torpe en todos sus hechos, muy cruel en la voluntad, y en todas las cosas hijo de la muerte segunda; el cual, según el dicho del sabio varón la cara demuestra cual es la voluntad de la persona, por cierto él parecía un diablo bajo la figura humana” (4). Giraldo consiguió que el abad huyese de nuevo. Este personaje aparece en las crónicas de Sahagún como “Giraldo Diablo”.
 
Se produce la excomunión de los burgueses en un sínodo en León, a instancias del arzobispo de Toledo, el cluniacense Bernardo. Esta medida cala hondo entre los rebeldes; algunos burgueses tratan de contemporizar y buscar alguna solución al conflicto para no perder su alma. “Entretanto, para tratar de los provechos y causas canónicas de la iglesia universal, el sobreescrito primado de la iglesia toledana, don Bernardo,  hizo llamar y juntar en sínodo a los obispos y abades; en la ciudad de León celebró concilio, y a este sínodo estuvo presente el abad de Sahagún y contó y declaró en el sínodo al completo de dichos prelados la historia llorosa de la destrucción del monasterio y de sus grandes aflicciones, amarguras y destierros; las cuales quejas oyendo, todo el sínodo movido a compasión, deliberó y sentenció a los burgueses a ser merecedores de bendita y eclesiástica maldición, pero les fue dado un término, porque algunos de ellos se presentaron en el concilio y prometieron satisfacer a la iglesia de Sahagún, según el arzobispo ordenase.”
 
Vale la pena repasar el texto de la excomunión: si no querían ser condenados a los fuegos del infierno, los habitantes de Sahagún tenían que reconocer al abad como amo y señor y devolverle todas sus posesiones. Este es el texto:
 
“Bernardo, por la gracia de Dios, arzobispo de la silla toledana, elegido de la santa iglesia de Roma, a los burgueses de Sahagún, franceses y castellanos, mayores y menores, si obedecieren, salud. Por cuanto algunos de vosotros, bajo las alas de San Facundo, yo traje a poblar, y siempre  os amé con amor paternal, y aún os sigo amando, pero os amonesto de que las heredades de Sahagún y el señorío de toda la tierra que al abad tomasteis, enteramente restituyáis sin señorío del rey o de otra persona, y a vosotros mismos quitéis del señorío  a todos los hombres y os sometáis al señorío de los mártires de Jesucristo, lo cual, si tardáis no queriendo obedecer a nuestros amonestamientos, de este día en adelante, a la excomunión, la cual, con todos los obispos y abades en el sínodo de Leon hicimos, seáis sometidos, por lo cual, ningún cristiano comulgue, ni participe con vosotros, ni en el habla, ni en el comer, ni en el beber, ni en la oración,  ni ninguno cumpla de nosotros ninguna cosa ni os venda, sino que seais sometidos a excomunión,  por cuanto despojasteis el santuario de Dios vivo (…). Y aún los clérigos, los cuales, despreciando nuestro mandamiento, contra nuestro interdicto y prohibición, presumieron de celebrar misas, sometemos a excomunión y maldición, hasta que vosotros y los dichos clérigos digna y debidamente satisfagáis a Dios y a los mártires de Jesucristo y a nosotros. Si fuerais obedientes en lo sobredicho, tendréis el bien y provecho alcanzareis.” (4)
 
A partir de 1114, con la renuncia de Alfonso el Batallador al trono leonés, el movimiento pierde su aliado más importante. Los burgueses más ricos buscan el pacto con la reina y el abad. Hay que añadir que el tema de la excomunión era una losa muy fuerte para aquellas conciencias, pero el boicot económico de los campesinos y señores feudales de la zona fue la puntilla final  a la rebelión burguesa, pues provocó el colapso económico de la villa. “Por lo cual todos los moradores, nobles y medianos y menores, acordaron y prometieron entre ellos que ninguno iría al mercado de Sant Fagum y ninguno llevaría provisiones a los burgueses de pan y vino; de aquí nació gran falta de pan o de las cosas necesarias a los burgueses”(4)
 
En 1114 vuelve al abad Domingo al monasterio. La reina Urraca se reconcilia con los rebeldes, “como los burgueses se volvían y se juntaba al partido de la reina” (4) una vez que Alfonso el Batallador renuncia a sus pretensiones sobre el reino leonés, y acaba así la primera revuelta. “Entonces la reina, habiendo tenido su consejo con los burgueses, envió a buscar al abad, que ya por dos años andaba desterrado; y cuando llegó, fue recibido por los monjes con gran alegría, y los burgueses y la reina y el abad juraron y así solemnemente en su abacía se volvió a asentar el abad”. (4)
 
Aún se produjo algún intento de Giraldo de atacar al abad, pero no consiguió su objetivo. Uno de los dirigentes burgueses de la villa, Pedro Turones, fue asesinado salvajemente; al alcaide de un castillo vecino, partidario del Batallador, le sacaron los ojos y Giraldo fue finalmente encarcelado en las prisiones de la reina, aunque a los pocos meses, las tropas de Alfonso el Batallador lo liberaron.
 
En 1116 se volvieron a reavivar los ánimos, pues los burgueses tenían preparada su insurrección para la noche de San Miguel. Pero el abad se adelantó e impidió el levantamiento: “Y el abad, ante tan ciertos mensajeros, no pudiendo hacer nada más, envió por todas partes a llamar a los caballeros cercanos y a todos sus parientes y amigos, con la ayuda de los cuales caballeros y gente de armas se hizo con las puertas de la ciudad y volvió a poner las cerraduras y cadenas, y puso a valientes mozos como porteros, y les mandó que toda la noche vigilasen armados; y eso mismo ordenó que por toda la villa anduviesen hombres armados yendo de acá para allá. (…) Según después supimos de los guardas y de los que nos lo contaban, que estaban en las puertas sobre las torres, Giraldo vino hasta las aguas del arroyo que se llamaba Baldaradue con los de Carrión, y oídas las voces de las bocinas y de las velas, paróse un rato, y viendo que ya el secreto de la traición estaba descubierto, partióse con confusión. Y ya hecha y venida el alba, como ya nos parecía que nos habíamos levantado de la muerte, el abad envió a buscar a la reina, invitándola a que viniese a la villa, la cual cuando hubo llegado, en presencia de los burgueses le contó todas las cosas que habían pasado”. (4)
 
 Derrotados, los burgueses insurrectos más destacados fueron expulsados de la villa y sus bienes fueron repartidos entre el monasterio y los nobles. La reina Urraca lo ordena: “… pártanse, pues, ahora, todos estos juglares y truhanes, curtidores y zapateros que a mí me tomaron el reino y a vos negaron la debida reverencia, que en mis oídos ha llegado y notificado que ninguno de vosotros osaba hablar estando ellos presentes ni de decir alguna buena palabra; pues ahora mando luego que ellos partan y me dejen vivir con vosotros y vosotros conmigo. Dicho esto, mando luego pregonar que cualquier de los burgueses que en esta villa fuese hallado hasta la hora novena del día, que careciese de la luz común, exceptuando aquellos que la reina ha señalado y el abad suscrito, lo cual dicho y manifestado, todos partieron juntos”. (4)
 
A continuación, se restituyen los bienes de la abadía y la reina quema los fueros promulgados por los burgueses: “Ellos ya salidos e idos, el abad otorgándolo, y la reina, y las tierras y viñas que habían tomado y usurpado y los huertos en que vivían restituyó al monasterio, y sus casas entregó a los nobles y caballeros de la tierra, pero con esta condición: que paguen al monasterio según la costumbre antigua, como hacían los burgueses, y eso mismo paguen todos los derechos al abad sin protesta alguna. Otrosí, buscó con gran diligencia la carta en que estaban escritas las malditas costumbres, y hallada la echó  y quemó al fuego, y las costumbres establecidas  por Don Alfonso [VI], príncipe de santa memoria, renovó.” (4)
 
Los burgueses expulsados hicieron lo posible por volver a sus casas y recuperar sus posesiones. Buscaron el apoyo del conde Beltrán, un conciudadano antiguo aliado suyo, y en Burgos se humillaron ante el poder eclesiástico: “En estas cosas, el cardenal otra vez preguntó a los burgueses, diciéndoles que si repetían las cosas que antes habían dicho al abad, él les haría justicia; pero todos ellos, como estaban de parte del conde, arrodillados, con una misma voz, dijeron: Señor cardenal, todos manifestamos y confesamos haber obrado inicua y malamente contra Dios y haber pecado mucho contra el abad, y de muchas maneras haberle ofendido; las cosas que contra él decíamos, notificamos que las hemos mentirosas y falsamente; pero ahora, de rodillas en tierra, con gran humidad os suplicamos que a nosotros, mezquinos, nos querráis socorrer y que hagáis, de la forma que sea, que él nos quiera perdonar y le plazca reformarnos y en nuestra casa nos deje estar”. (4)
 
No será hasta 1152 que los burgueses, con nuevos fueros, consiguieron muchas de las reivindicaciones que planteaban a comienzos de siglo. “En este fuero desaparecen los monopolios del monasterio; se nombra sólo el abuso por el horno (…). Se derogan las prioridades de venta de vino (…). Se afirma la inviolabilidad del domicilio y se conserva la exención del servicio militar. Se dan varias facilidades para retener las tierras de San Andrés que según Pujol debieron ser las usurpadas al monasterio en las revueltas, reconociendo así una situación de facto. Según Pujol, este fuero “indica también el desarrollo que iba adquiriendo la propiedad comunal, de la que ni siquiera se hace mención en el de Alfonso VI, sin que esto sea prejuzgar que entonces no existiera, y es muy posible a que dicha circunstancia fuese debida a que el Consejo de Sahagún se hallaba ya completamente organizado”. Añade que el fuero “fue considerado como un triunfo de los burgueses. Su mayor triunfo estuvo representado por el otorgamiento de la “Carta Magna Leonesa” en 1188 por la que se incorporan “los ciudadanos elegidos por cada ciudad (obsérvese bien, del reino de León y Galicia), a la Curia regia, lo que significó el reconocimiento legal de los grupos burgueses. El rey garantiza en ella la paz pública a la par que el respeto a las personas y bienes, en un intento de detener los abusos de poder de la nobleza”. (1)
 
 
 
Notas
 
1 -Reyna Pastor de Togneri, Conflictos sociales y estancamiento económico en la España medieval, ed. Ariel quincenal
2 -José Luis Martín, Historia de España, 4. Una sociedad en guerra, Historia 16
3 -Ana María Barrero García, Los fueros de Sahagún, Internet
4 -Crónicas Anónimas de Sahagún. El texto se ha traducido al castellano actual para facilitar su comprensión, MGM
5 -Ch.-E.Dufourcq, J,Hautier –Diaché, Historia económica  y social de la España cristiana en la Edad Media –ed. El Albir
6 -Manuel Tuñón de Lara y otros, Historia de España, ed. Ámbito