La lucha de los pageses de remença.

La guerra civil 1462-1472
 
 
 
EL MOVIMIENTO ASAMBLEARIO DE 1448
 
En 1447 los campesinos remensas del Emporda (Griona) celebraron grandes asambleas. En mayo del año siguiente, designaron  a 4 representantes (síndicos) que ofrecieron en una reunión en Vilafranca del Penedés con la reina María, lugarteniente del rey, 64.000 florines para abolir los malos usos. El rey, que residía en Nápoles, aceptó si la cifra era de 100.000 florines, pues necesitaba fondos para su política mediterránea, y las Cortes se los estaban negando.
 
De esta forma, en 1448 el rey Alfonso el Magnánimo permitió que los campesinos de remença se reunieran para concretar sus quejas contra la opresión señorial. Previo a las asambleas, se hizo un recuento de los campesinos de remença de las parroquias en el mismo año 1448. El recuento fue hecho a cargo de oficiales reales y duró 4 meses y 7 días, lo que supone un grado de eficacia administrativa importante.
 
La primera asamblea tuvo lugar en Celrà en octubre de 1448 y la última fue en St. Esteve de Bruguera de Viabrea (Barcelona) en febrero de 1449. Todas las asambleas se celebraban ante un notario oficial y en presencia de testigos o delegados reales. La mayoría de las asambleas se realizaron en las iglesias parroquiales y sus participantes no podían exceder de 50. Se calcula que habían participado unos 20.000 hogares, que consiguieron reunir la cantidad que les pedía el rey para suprimir los malos usos.
 
Los señores reaccionaron airadamente. La Generalitat ordenó la detención de los oficiales reales que participaban en todo este proceso; lo mismo hicieron muchos nobles y señores eclesiásticos. Hicieron todo lo posible para que las asambleas no se realizaran. La Generalitat y el Consell de Cent denunciaron ante la reina que estas reuniones son peligrosos focos revolucionarios, cuyo objetivo es ofrecer el trono de Catalunya al rey de Francia. El conde de Modica, caudillo de los señores feudales del Empordà, llama a la solidaridad de clase: “confiando en defender esto, seremos todos una sola cosa, como es el interés de todos”. Como respuesta a la violencia nobiliaria, se produjo el primer levantamiento campesino armado en Gurb (Osona) en 1450.
 
De estas asambleas nació un sindicato, que sería la base de los dos levantamientos armados que se producirían en las décadas siguientes.
 
Para 1450 se esperaba la respuesta de los señores a la nueva situación, pero consiguieron diferirla durante 5 años. Mientras, los vientos no soplaban en su favor: los aristócratas (la Biga) pierden el gobierno de Barcelona a manos de sectores más populares (la Biga) y en Mallorca los campesinos se levantan en armas.
 
En las Cortes de 1452, los señores feudales ofrecen al rey 400.000 florines, a condición de que el monarca volviese a Catalunya. Hubo contraoferta de los campesinos, y finalmente el rey decidió suspender provisionalmente los malos usos: en 1455 proclamó la Sentencia Interlocutoria de anulación de los malos usos, y, aunque posteriormente la derogó por la presión de la nobleza, la  confirmó definitivamente en 1457, con lo cual aceptaba la oferta económica del campesinado remensa y rechazaba la de las Cortes. Además, se habían producido en 1455 nuevos levantamientos campesinos que amenazaban con incendiar el campo catalán.
 
 




Alfonso el Magnánimo
 
 
 
 
LA BIGA Y LA BUSCA
 
La crisis que vivía Catalunya en las primeras décadas del siglo XV exigía medidas proteccionistas, a las que se oponía la oligarquía urbana barcelonesa los ‘ciudadanos honrados’). Fueron necesarias las revueltas y la movilizaciones populares para que en 1436 se adoptaran medida de este tipo.
 
Las clases medias, formadas por mercaderes y artesanos, tenían un programa claro: devaluación de la moneda, proteccionismo o prohibición de importar algunos productos, impuestos a los comerciantes extranjeros y apoyo a la producción textil. Para la oligarquía, el problema se resolvía con inversiones públicas, que aliviarían el paro y la penuria de los barceloneses, pues alterar la moneda supone disminuir las rentas agrarias: “arreglo del hermoso paseo de la rambla, construcción de un mercado de paños, erección de muelles y de un malecón de piedra para proteger el puerto que así nacía, sustituyendo la antigua “playa” de la ciudad”(1),  así como apoyo a nuevas manufacturas (pañerías finas, tapicerías, etc.).
 
A partir de 1450 Barcelona aparece divida en dos: los partidarios de la Biga (aristocracia, unas 100 familias) y los partidarios de la Busca (capas medias y populares, unas 5-6.000 familias). Los nombres no son por casualidad: la ‘Biga’ se refiere a la viga que aguanta la sociedad y la ‘Busca’ es la paja que, incendiada, destruirá la viga y el orden impuesto por ella.
 
Los problemas venían ya del siglo pasado: en 1333, ‘lo mal any primer’, en plena falta de trigo y carestía de la vida, un carmelita dirigió una insurrección popular contra el Consell de Cent en el día de Navidad; cinco meses después hubo otro levantamiento contra “algunos” ricos; hubo más revueltas en 1339 y 1374 debido a la penuria alimenticia. En 1348, con la Peste Negra, la ira se dirigió de forma irracional contra los judíos, a quienes se les culpaba de la epidemia, ataques que se reprodujeron en 1391 (había unos 300 judíos en Barcelona; el 5% de los judíos de la Corona de Aragón fue asesinado en estos ‘progroms’), aunque también se atacaba a las casas de los ricos en Barcelona y Girona durante unas cuantas semanas. Después de 1391 a comunidad judía quedó muy debilitada, con la consiguiente repercusión negativa en la economía.
 
 
 En 1433 un rico mercader de la Busca organizó una manifestación a  caballo con otros mercaderes por las calles de la ciudad. El pueblo no les siguió. Fueron condenados con “la prohibición de ejercer ningún cargo municipal durante 10 años, así como de comprar ningún censal  en lo sucesivo, ni siquiera mediante persona interpuesta; amortización inmediata por la ciudad de todos los títulos censals en su poder” (1). Pero en 1437 “ahora fueron auténticos conjurados; desencadenaron una revuelta contra los notables honrats, acusados de administrar mal los impuestos municipales; los desórdenes resultaron sangrientos; los dirigentes eran maestros artesanos, acompañados por sirvientes y aprendices suyos, lo cual prestó un aire de “clanes familiares” a los grupos que así se lanzaron a la calle. La autoridad real restableció el orden.  La reina María –regente mientras vivía en Italia su esposa Alfonso el Magnánimo- hizo juzgar y condenar a los culpables: un donzell (que fue decapitado) y tres artesanos (que fueron ahorcados); otro promotor artesano, solamente castigado con multa, habría de ser más tarde miembro del Consejo de Ciento, del partido de la Busca.” (1)

 
Hacia 1453 la Busca se hizo con el Consell de Cent (gracias al apoyo de la monarquía) que ejercía como ayuntamiento. El número de miembros de este organismo se estableció en 128, repartidos a partes iguales entre ‘honrados’, mercaderes, artesanos y menestrales.
 
Pero la crisis no se superaba y la Busca perdió los apoyos que tenía entre la población. La Biga instrumentalizó la muerte del Príncipe de Viana para conseguir una base popular y en 1462 la Biga recuperó el poder de la ciudad, culpando a la Busca de todos los males que padecía Barcelona.
 
Pero la situación empeoró con la guerra civil de 1462-1472. La población se redujo casi a la mitad (de 7.600 fuegos a 4.000), muchas familias emigraron a Mallorca y a Valencia. Esta última ciudad fue la gran beneficiada, pues recibió un aluvión de capitales y mercaderes que le permitió desviar gran parte del comercio que hasta entonces monopolizaba Barcelona. De esta forma, en 1497, un oligarca barcelonés podía decir: “Hace 44 años que, por soberbia y otros vicios, el pueblo se rebeló contra los prohombres de la ciudad y los más ricos tuvieron que huir. Desde entonces, el comercio ha emigrado a Valencia, de forma que hoy Barcelona es hoy casi una ciudad muerta si se la compara con lo que era antes”.
 
 
 
LA GUERRA CIVIL
 
Los antecedentes de la revolución campesina de 1462 son las revueltas de la comarca del Maresme en 1391, cuando los campesinos armados se dirigieron al castillo de Mataró y amenazaron e insultaron a los señores. Se intentó detener al dirigente de la revuelta, Pelerí Catà, pero eso sólo sirvió para radicalizar aún más a los campesinos. Se llegó a temer por la vida de los dueños del castillo.
 
También 1391 es el año de los ataques a los barrios judíos de los calls de Barcelona, Girona, Perpiñán y Lleida especialmente, así como de la destrucción de documentos de propiedad y las mismas casas de la Iglesia y de nobles cristianos al grito de “Mueran todos y viva el rey y el pueblo”. En muchos casos participaron campesinos de remença. Se decía que los “grandes” (ricos) se querían comer a los pequeños (pobres). De nuevo se quemaron escrituras en Girona en 1412.
 
En 1395 un tribunal real califica a los remensas como una especie de amenaza pública.
 
Las primeras décadas del siglo XV fueron pacíficas, seguramente debido a las devaluaciones de la moneda, que hacían que los pagos fijos redujesen su valor, aunque las protestas campesinas tomaron otros derroteros: destrucción de cosechas, excavación de fosas, alzamiento de cruces como “señales de muerte”… También se creó un estado de opinión entre el campesino de que en Roma y París había unos documentos que aseguraban que los remensas eran libres.
 
A Alfonso el Magnánimo le sucedió Juan II. Este tenía un serio enfrentamiento con su hijo Carlos, Príncipe de Viana, por la disputa por la corona de Navarra. Carlos tenía que ser el heredero natural de Navarra, pero Juan II ambicionaba anexionarse el reino; hubo una guerra civil en aquellas tierras de 1451 a 1455 en la que se enfrentaron los agramonteses (partidarios de Juan II) contra los beaumonteses (partidarios de Carlos de Viana), que se saldó con la derrota de este último.
 
Como Juan II encarcelara a su hijo acusándole de complot con los monarcas castellanos, las Cortes catalanas reunidas en Lleida en 1460 aprovecharon la ocasión para asumir la defensa del de Viana y se enfrentaron al rey. Le exigían la inmediata liberación del su hijo, mientras los beaumonteses navarros se sublevaban de nuevo y las tropas de Castilla se movilizaban hacia la frontera con Aragón. En la capitulación de Vilafrancia, de 1461, se recogían las aspiraciones de la nobleza catalana y se prohibía a Juan II entrar en Catalunya si la Generalitat no se lo autorizaba. No hay que olvidar que en las Cortes de Lleida el rey iba a plantear la prohibición final de los maltratos y malos usos; a la oligarquía le vino muy bien todo el asunto del Príncipe de Viana para evitar esta cuestión, aún a costa de iniciar una guerra civil.
 
Juan II no tuvo más remedio que liberar a su hijo, pero al morir éste a las tres semanas (teóricamente de tisis, pero corrió el rumor de que fue envenenado), los señores feudales catalanes, con la Generalitat a la cabeza, tuvieron la excusa para hacer aún más tirantes sus relaciones con la monarquía.
 
 
 
 
Joan II
 
Joan II envió a Barcelona a su esposa Joana Enríquez y a su hijo heredero Fernando para tratar de ganar adeptos, pero todo fue en vano. Incluso, en 1462, el dirigente de la Busca y conceller Pallarés y sus amigos fueron ejecutados bajo la acusación de conspirar a favor de Juan II y de querer entregar a la reina “las libertades bacelonesas”. Entonces Joana y su hijo se trasladaron a Girona, donde estaban más seguros, pues en la zona los remensas se habían sublevado hacía unos meses contra los malos usos de sus señores.
 
La política de la monarquía fue en todo momento vacilante y obedece a sus intereses económicos y/o de poder de cada momento. Valga el siguiente ejemplo que nos relata Paul H. Freedman: “En diciembre de 1461, en la antesala de la guerra, la reina Joana reafirmó una orden del difunto príncipe de Viana, el desavenido hijo de Joan II,  en la que se instaba a los señores a cesar en la opresión  y maltrato a los remensas; al mes siguiente la reina revocó esta demanda. En febrero de 1462 la reina elogió al veguer de Girona porque había suprimido reuniones remensas y recordó al veguer de Vic que los derechos señoriales de los nobles permanecían vigentes; pero el 22 de abril, abandonada toda esperanza de reconciliación con los representantes de las Cortes rebeldes, el rey ya había vuelto a autorizar algunas asambleas de campesinos, y al mayo siguiente incorporó al ejército acaudillado por el dirigente de los campesinos, Francesc de Verntallat, a las fuerzas reales.” (2)
 
Joan II buscó el apoyo del rey de Francia Luis XI, con quien firma el Tratado de Bayona  por el que le cedía el Rosellón y a Cerdaña y prometía entregar el reino de Navarra a un sobrino del francés.
 
La Generalitat puso en pie un ejército de 300 caballeros con 100 lanzas y 1.000 infantes para enfrentarse a los campesinos, que la reina –como representante del rey- declaró ilegal. La guerra civil había comenzado. La financiación de la guerra vació las arcas públicas: “Jaume Sobrequés ha analizado muy atinadamente estas interferencias, demostrando que en aquel tiempo la ciudad de Barcelona estuvo principalmente pendiente de la guerra, que se convirtió en la característica fundamental de su vida: “Le dedicaba una gran parte sus energías –escribe-; y su consejo municipal estuvo totalmente absorbido por tareas de carácter gubernamental. Su economía quedó agotada: ya no era cuestión de mejorar la vida de la ciudad. Barcelona realizó entonces un esfuerzo superior a sus posibilidades y ello no hizo sino agravar las condiciones de existencia de las capas sociales inferiores de su población”.  Ya durante el primer año de la guerra civil, para mantener un ejército la ciudad había tenido que crear unos impuestos indirectos extraordinarios. Aquella presión fiscal se acentuó a lo largo del conflicto. Así, como bien ha sido el historiador italiano Mario del Treppo, “durante diez años Barcelona y Cataluña se precipitaron de bruces en un estado de economía de subsistencia pura y simple que le fue fatal” (1). Ya cuando el rey encarceló a su hijo Carlos de Viana, la repercusión en la economía fue inmediata, el comercio barcelonés se redujo a un 30% del valor que tenía hasta entonces: se estaba percibiendo el ambiente del enfrentamiento que se iba a producir.
 
El bando anti-realista decía que los campesinos pretendía construir una sociedad igualitaria en la que los ricos serían tratados igual que los pobres.
 
Los remensas apoyaron la causa real, con Francesc de Verntallat a la cabeza, quien actuó preferentemente en las comarcas montañosas de Girona. Verntallat se sentía seguro en esta zona (Garrotxa, Ripollés y la Selva), pues temía ser derrotado si se enfrentaba abiertamente al ejército de la Generalitat en el llano. De esta forma, la lucha de los remensas se convierte en una parte de la guerra civil que está azotando a Catalunya.
 
Verntallat ocupó Olot, Castellfollit de la Roca y Banyoles en 1462, a continuación Hostalric y se acercó a Girona. Luchaba en inferioridad de condiciones contra las tropas de la Generalitat y por eso aplicaba tácticas de guerra de guerrillas. Nunca sufrió una derrota seria en el campo de batalla. Sus territorios se dividían en capitanías y subcapitanías, en los que de cada 3 campesinos, 2 trabajaban la tierra de los tres y el tercero formaba parte del ejército popular.
 
 
 

Juan II juzgó que era el momento propicio para entrar en Catalunya (aunque lo tenía prohibido por las Cortes) con 2.000 soldados (aragoneses, navarros y catalanes), y se instaló en Balaguer, atacó Tárrega y se enfrentó a las tropas de la Generalitat en Rubinat en julio de 1462.
 
A finales de 1471 la mayor parte de Catalunya estaba en manos de Juan II y finalmente consiguió entrar en Barcelona en octubre de 1472. Había ganado la guerra. Se firmó la Capitulación de Pedralbes, pero dio las espaldas a las reivindicaciones campesinas no aboliendo las servidumbres ni los malos usos (es más, en 1474 Joan II aceptaba en una reunión con nobles de Girona que podían maltratar a sus siervos “con o sin causa”), aunque, para apaciguar los ánimos, Juan II creó el vizcondado de Hostoles y se lo dio a Francesc de Vernatallat. De esta forma, se creaba una zona que permanecería tranquila y el rey sabía que Verntallat no se aventuraría fuera de ella.
 
La Capitulacion de Pedralbes trataba de poner fin a una guerra sin vencedores ni vencidos. El rey se conformó con la anulación de la Sentencia de Vilafranca; a cambio, hubo medidas de clemencia y la permanencia de muchos nobles en sus cargos al frente de la Generaliat
 
 
 
 

 
Sentencia de Pedralbes
 
 
Pero la situación estaba lejos de apaciguarse. Verntallat salió en defensa de los remensas de Corçà en 1475, que se habían rebelado contra el obispo de Girona, que exigía a sus campesinos el pago de todos los derechos serviles de 1462; un ejército realista de 2.000 soldados hizo retroceder a los de Verntallat. A continuación lanzó el llamamiento de Contestins, donde pedía a los campesinos que no pagaran ningún censo ni derecho feudal y que tomaran las armas; de hecho, Verntallat estaba adoptando aquí el programa del ala más radical de los remensas, aunque rápidamente retrocedió a posiciones más conservadoras.
 
A Juan II le sucedió Fernando de Aragón en 1479 quien mantuvo una política anti-remensa y  de acercamiento a la nobleza. Fruto de ello es su declaración, en octubre de 1481, de anticonstitucionalidad de la suspensión de los malos usos por Alfonso el Magnánimo en 1455.
 
 
 
UNA SUCESION DE CANDIDATOS A UN “REINO DE CATALUNYA”
 
En el enfrentamiento con Juan II, la oligarquía catalana sopesó el gobernarse bajo una forma republicana, al estilo de las ciudades de Venecia o Génova.  Pero la propuesta pronto se olvidó, ofreciendo la corona a distintos candidatos que tenían algún derecho a reinar después del Compromiso de Caspe, celebrado 50 años antes.
 
El primer “rey” fue Enrique IV de Castilla, a quien se le ofreció la Corona en 1462. Aceptó el castellano, pero fracasó militarmente en Catalunya: perdió las plazas de Tarragona, Tárrega y Perpiñán, aunque consiguió levantar el asedio a Barcelona y no pudo tomar Girona. Finalmente, Juan II consiguió que Enrique IV desistiera bajo el empuje de parte de la nobleza castellana, con Luis XI como árbitro en el Tratado de Bayona, por el que recibía la ciudad de Estella y Juan II renunciaba a las rentas que le correspondían de Castilla.
 
En 1464 se intentó la operación con Pedro de Portugal, nieto de Jaume II d’Urgell, y que contaba con el apoyo del duque de Borgoña, enemigo del rey de Francia. Pedro de Portugal fue derrotado en la batalla de Calaf en febrero de 1465 y fracasó en el asedio a la Bisbal.
 
A la muerte del portugués en 1466, se reanuda la operación con Renato I d’Anjou, nieto de Joan I de Aragón. Renato cede estos derechos a su hijo Joan II de Lorena, quien llega a Barcelona y consigue algunos éxitos militares en la zona de Girona. Le ayudaba el rey de Francia, que había cambiado de bando, y así pudo asediar Girona en 1467-1468, lo que constituyó el momento más delicado para la causa de Joan II. El asedio no triunfó y el monarca catalán consiguió el apoyo del rey de Castilla (matrimonio de Isabel y Fernando, los futuros “Reyes Católicos”). Joan de Lorena murió en 1470.
 
 
NOTAS
 
1-  (Ch.-E.Dufourcq y otros, Historia económica y social de la España cristiana en la Edad Media, Eddiciones El Albir)
2- (Paul H. Freedman, Els origens de la servitud pagesa a la Catalunya medieval, Eumo Editorial)