Mirambel (Teruel), un viaje a la Edad Media y el Renacimiento.

Un recorrido por Mirambel

Plano de Mirambel. Fuente: Plafón informativo


Murallas

El recinto amurallado se mantiene prácticamente íntegro. Las murallas son perfectamente visibles en su cara norte, mientras que en el resto aparecen adosadas a las casas. Parte del conjunto amurallado es templario.

Llegó a haber 5 torres, de las que sólo quedan 2 en la parte norte, donde destaca el Portal de las Monjas, llamado así por estar adosado al convento de las Agustinas, con su celosía de yeso, que lo convierte en la imagen más emblemática de Mirambel. En la portada de la muralla hallaremos también un matacán (construcción adosada a la pared desde donde se lanzaba aceite hirviendo a los atacantes).

El Portal de San Valero, en la parte nordeste, conserva los restos de una cruz templaria.

Son igualmente de gran interés los portales de  San Roque y de la Fuente.


El Portal de las Monjas

Pío Baroja nos habla de la Puerta de las Monjas en “La venta de Mirambel”:

Mirambel tiene unas ciento cincuentas a doscientas casas de dos pisos y algunas de tres, casi todas de piedra. Al pueblo le ciñe un muro con cinco portales y otros tantos torreones redondos, coronados por tejadillos cónicos aplanados.
“A la salida del pueblo, de aire caballeresco, medieval, a la orilla del camino hay una cruz de término, desgastada por las inclemencias del tiempo. Al entrar en Mirambel por el lado de Morella se pasa por debajo de un arco. Este arco se abre a poca distancia de una de las atalayas redondas, incrustadas en la muralla con su tejado cónico aplastado y sus matacanes.

“Frente a la cruz del camino la muralla presenta una arista y sobre ella se levanta el torreón, lo que le da un poco el aire de la proa de un barco que penetrara en la tierra.
“Entrando por la puerta se sale a la calle mayor, la calle principal, bastante ancha y casi siempre desierta. Esta calle, empedrada de cantos empotrados en el suelo, tiene una especie de acera también de cantos limitada por una línea de piedras blancas.
“A mano derecha del portal e inmediata a él se levanta una pared encalada con unas ventanas pequeñas, otras grandes con celosías negras y miradores salientes, cerrados, con su tejadillo. Es el convento de las Agustinas Descalzas.”

Portal de la Fuente
Portal de San Roque
Portal de San Valero, con los restos de una cruz templaria



Convento de las Agustinas.

La llegada de las Agustinas vino precedida de algunos problemas. Según se cuenta, en 1342 se construyó una ermita fuera del pueblo, pero en 1413 se utilizaron piedras de esta ermita para reconstruir parte de las murallas, lo que provocó la excomunión del Justiciable Bayle y otros personajes de la localidad.

En 1564 la villa cedió en usufructo el edificio del convento de las Agustinas, en el que se había empleado piedra de la ermita el siglo anterior, y en 1789 se concedió a esta Orden el dominio directo. 

Encontraremos la iglesia de Santa Catalina Mártir, anexa al convento, en una parte del edificio que fue antiguo hospital. El altar mayor es de orden salomónico y contiene retablos góticos y algunos dibujos en las paredes muy deteriorados. 

En el huerto del convento estaba una de las torres de la muralla más importantes. Derribada en 1892, tenía inscripciones árabes.

De considerables dimensiones, destacan las celosías de madera que recubren los balcones a lo largo de toda la calle.




El Convento de las Agustinas, en la parte izquierda de la foto. Al fondo, la entrada a Mirambel y la famosa celosía

Esta es la descripción de Pío Baroja en “La venta de Mirambel”:

“Los pueblos de altura tienen siempre un aire más aristocrático, más hermético que los pueblos de llano o de las orillas del mar. Mirambel ha seguido siendo pueblo cerrado, hierático, misterioso. Parece un animal muerto dentro de su concha.
“El convento de las Agustinas, en este pueblo lánguido y triste, da una gran impresión de melancolía, con sus muros blanqueados y sus ventanas cerradas.
“Los domingos, por la tarde, cuando el esquilón de la capilla de las monjas toca a vísperas o a completas y se oye detrás del gran muro un rumor lejano de órgano y los cantos de las religiosas, el raro viajero que pasa por allí se siente sobrecogido como si le hubieran transportado por arte de magia a un rincón de la Edad Media.
“Esta campana de los conventos de monjas que va marcando las horas canónicas de los distintos oficios divinos, tiene algo parlanchín e impertinente; parece que todo lo que no pueden hablar las místicas ovejas del señor en el claustro o en las celdas lo habla su esquilón de una manera pertinaz y charlatana.
“Muchas veces en las fiestas se establece el diálogo entre la campana hombruna de la iglesia y la femenina del convento y parecen explicarse como un matrimonio no muy bien avenido.
“Cuando cesan los rumores de los cánticos del convento, no se oye más que el grito de algún alcotán que cruza el aire puro y en verano el chillar confuso de los gorriones y de las golondrinas que trazan líneas vertiginosas en el espacio, a las que suelen suceder los murciélagos con su vuelo tortuoso e inquieto.
“Unos y otras tienen sus nidos en los huecos de la muralla, en el tejado de la torre y en los aleros del convento y no es raro ver cómo se disputan a picotazos y a arañazos la habitación para sus crías.”
Y, más adelante:
“El arco de entrada de la villa pasaba por debajo de algunos corredores del monasterio. Sobre el arco, por la parte de intramuros, se veían tres balcones de madera, uno sobre otro, con celosías muy primitivas en las balaustradas. Tales celosías conventuales, llamadas por los arquitectos claustras, hechas con placas de barro cocido, con calados en círculos y en forma de cruz para mirar por las ranuras, estaban colocadas como cristales en las maderas de los balcones.
“Las ventanas y miradores de la fachada grande, que daban a la calle Mayor, con celosías de madera negra, tenían un aire de jaulas y al mismo tiempo de altares. Se suponía que detrás de ellas, en aquel retiro místico blanqueado, debía haber una monja pálida que contemplase el azul del cielo, rezara el rosario desgranando las cuentas de azabache negro o bordase una blonda tan descolorida como sus manos.
“El convento de Mirambel era amplio y espacioso, con extensas vistas hacia el campo a la parte del camino de Morella a Cantavieja. No tenía huerto, sino un pequeño claustro con galerías a un patio interior.
“A este patio daban los corredores, la entrada de las salas, de la sacristía, del locutorio y del refectorio. El patio con su fuente y su pozo tenía tiestos con flores y algunas palomas que tomaban la comida de las manos de las monjas.
“En la puerta del claustro que comunicaba con la portería por fuera se leía este letrero: Solis mervere beati: Felices los que viven en la soledad; y por dentro este otro también elogioso de la soledad: Beati solitudo, sola beatitudo.
“La iglesia, independiente, con entrada a parte para el pueblo, era amplia y hermosa.
“Había un coro bajo con una gran reja oculta durante las funciones por una cortina de terciopelo granate y un coro alto con celosías y el órgano.
“En el coro alto se celebraban todas las funciones importantes. Se sentaba en medio en su sitial la priora, después las cantoras, por el orden e importancia de su cargo, y en los extremos las legas.
“La sala del Capítulo se encontraba cerca de la iglesia, y un vestíbulo la separaba del coro de las religiosas.
“Debajo de la planta de la capilla estaba la cripta. Era ésta ahogada y baja de techo, tenía una parte con losas, donde había enterramientos, y un respiradero que no renovaba completamente el aire frío y húmedo de aquel subterráneo.
“El convento tenía, por dentro y por fuera, un aspecto más levantino que castellano, pero un aspecto levantino un poco seco, un poco jesuítico. Todas las paredes, enjalbegadas de cal, brillaban cegadoras; el suelo, cubierto de ladrillos rojos, estaba embadurnado de almazarrón, y las salas principales tenían un zócalo pintado de azul intenso. A pesar de que el edificio estaba hecho para convento con un plan muy estricto y severo tenía muchos rincones y recovecos que habían resultado a consecuencia de las necesidades de la vida de la comunidad.


Balcón del convento
“Las celdas eran pobres como correspondía a las reglas de la orden. En los pasillos alternaban algunos cuadros oscuros con cruces de madera negra.
“El locutorio tenía su reja, el torno al lado y unas cuantas sillas con el asiento de esparto.
“En el refectorio, cuadrangular y estrecho, había dos mesas largas y oscuras, ventanas que daban al campo y una fila de sillas de paja con el respaldo negro.
“La biblioteca era una sala alta de techo aguardillado con ventanas sobre la muralla y dos armarios de puertas con alambreras. En los estantes había libros con pasta de pergamino, roídos por los gusanos y que olían a mohoso, los libros del padre Arbiol, del padre Enríquez, del padre Granada, de Diego de Estella, de Malón de Chaide, de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa. En medio del cuarto una mesa apolillada y dos sillones de paja invitaban a las monjas a dedicarse a la lectura o a dormirse. Una monja aficionada había hecho el catálogo.
“Desde la biblioteca se podía subir al torreón de la muralla por una escalera de caracol, ya medio ruinosa y desgastada.
“La cocina era de lo más bonito del convento; dos grandes ventanas daban al patio y la iluminaban. La chimenea era baja y espaciosa. Había un poyo con agujeros, en el cual se veían empotradas las tinajas llenas de agua. Los vasares estaban repletos de jarros y platos de Talavera y de Manises y una espetera de cobre relucía al sol.
“En la sacristía y sobre las puertas de cuarterones, había algunos adornos barrocos, pintados con cierta gracia en rojo y negro.
“En la casa no había riquezas artísticas.
“Estos conventos humildes, sin valor arqueológico, sin portadas góticas, sin claustros románicos y sin lienzos de grandes maestros en las paredes, son los que tienen el carácter ascético más místico, más puro. Los otros, ricos y artísticos, toman el aire banal de los museos: las obras de arte parecen borrar la idea monástica acusando lo que es adjetivo y accesorio.
“Como había dicho una superiora sabia al llegar a Mirambel, el convento era domus orationes porque nada podía distraer allá de la plegaria y de la meditación y no domus domine porque para ser la casa del Señor no tenía bastante lujo y magnificencia.
“La única obra artística que se podía hallar en el convento era un retablo gótico de mármol esculpido y policromado, quizá de Juan de la Huerta el de Daroca o de alguno de sus compañeros o discípulos. Era un tríptico de pequeño tamaño. En el centro tenía la crucifixión, en uno de los lados la anunciación y en el otro el entierro de Cristo.
“Por la talla delicada y minuciosa se comprendía que era obra de algún gran maestro inspirado en la escuela gótica de Dijon.
“Todas aquellas figuritas tenían una expresión extraordinaria; pero aún eran de mayor expresión dos imágenes esculpidas a los dos extremos del marco: la una de una plañidera y la otra de la donante; la plañidera con hábito de monja y con los ojos bajos parecía estar llorando; la donante era un retrato casi caricaturizado, una vieja con hábito, la nariz larga y un poco roja, los ojos pequeños y el aire grotesco de dueña suspicaz.”
Los conventos siempre son fuente de muchas leyendas. Pío Baroja nos habla de ellas:_
“En el pueblo se contaban algunas fantasías sobre el convento. Se decía que de él partía una mina que lo comunicaba con la ermita del Santo Sepulcro. Se añadía que había cuevas e in-pace donde habían muerto monjas castigadas en otro tiempo.
“También se aseguraba que a veces se trataba a las monjas con mucho rigor. Se les condenaba a pasar días de ayuno y a comer en el refectorio en el suelo.
“En tiempo de la guerra civil [se refiere a las guerras carlistas] se habló de una monja, sor Consuelo, que se escapó con un militar carlista. Se dijo, aunque quizá no era cierto, que el militar la esperó a la puerta del convento, que ella salió y que él le puso un capote de soldado en los hombros, que dejaron el pueblo, descansando un momento en la venta donde la monja dejó sus hábitos, y que huyeron los dos a uña de caballo.”
En la fachada del convento se conservan unos enigmáticos símbolos, posiblemente de origen masónico

Casa Consistorial

Terminada en 1615, después de casi 100 años de comenzadas las obras, es de estilo renacentista. Su estructura arquitectónica es la propia de los edificios de la zona, pues pertenece al tipo de lonjas-trinquete, aunque su acabado es más refinado que el de otros pueblos de alrededor, como símbolo de un poder económico que no tuvieron en otros lugares. Consta de 3 plantas, destacando sus arcos de sillería, ventanales y ráfeles de los tejados.

En la planta baja encontraremos la antigua cárcel, gótica.

El Ayuntamiento, un magnífico ejemplo de edificio renacentista




Iglesia de Santa Margarita

Es la iglesia parroquial. Fue mencionada en la carta puebla de tiempos de Jaime II, donde se habla de unas obras de reparación. En 1837 fue incendiada y destruida por los carlistas dirigidos por ‘El Serrador’, que quemaron vivos a los isabelinos que se refugiaban en el edificio. Se reconstruyó en estilo barroco por el arquitecto valenciano Salvador Minero.

Adosado a la iglesia, se puede visitar el antiguo horno.

La orientación de este templo es de 100º, lo que nos lleva a los templarios, pues la iglesia está edificada hacia la salida del sol en los primeros días de octubre -curiosamente en fechas cercanas a la celebración de la Virgen del Pilar-, cuando el astro-rey ha dejado la constelación de Virgo, la Madre Tierra.


La iglesia, frente al Ayuntamiento


Imagen de San Antonio Abad en el interior de la iglesia. Con un libro abierto, es decir, con conocimientos que se pueden explicar a las gentes.



Antiguo cementerio

Estaba anexo a la iglesia parroquial y ocupaba mucho más espacio del que podemos adivinar en la actualidad. 




Reloj árabe

Adosado a la pared de la casa Zurita, muy cerca del Ayuntamiento, encontraremos un reloj árabe, posiblemente el único existente en Aragón. 

En las inmediaciones también se situaba el ‘pelleric’ una especie de poste donde se amarraban a los condenados que eran motivo de escarnio público por la población cuando acudía a la iglesia. Desgraciadamente, el tal ‘pelleric’ ha desaparecido.

La casa Zurita fue la sede de la Junta Suprema de Aragón, Cataluña y Valencia, y residencia de don Carlos, en la Primera Guerra Carlista.





Castillo


Ya sólo queda la parte más antigua, ocupando un espacio muy reducido. Es del siglo XIII, templario, reformado por los sanjuanistas, aunque se supone que hubo anteriormente un castillo musulmán.

En el siglo XIX se convirtió en vivienda particular y se vendieron muchas de sus piezas. Finalmente, fue demolido en su casi totalidad en 1950. Tan sólo quedan restos de paredes de mampostería y algunas de adobe; también, algunos arcos apuntados.

Los restos del castillo templario




Casa Aliaga

Es un palacio renacentista aragonés típico, lo mismo que la casa Castellot, que se encuentra en la misma plaza. En ambos casos, se trata de los palacios más importantes del Maestrazgo turolense.

La puerta es de arco de medio punto. Las ventanas de la planta noble son de alfeizar modulado y el ático es de galería de arquitos aragonesa; el edificio termina con un amplio alero volado.

Casa Aliaga, magnífico ejemplo de palacio renacentista aragonés



Pío Baroja nos cuenta lo siguiente:

En medio del caserío se abre una gran plaza, la plaza Mayor o plaza de Aliaga. Se levantan en ella dos caserones grandes, de piedra amarillenta, negruzca, con el alero saliente y, debajo de éste, una galería con arcos, la mayoría cerrados con tapias de ladrillo.
“Las dos casonas, por su traza, parecen del final del siglo XVI o principios del XVII; no tienen balcones, sino grandes ventanas y un arco elevado de medio punto, de piedra, con sus dovelas y unas puertas espaciosas con su postigo. En una de estas casas hay un reloj de sol, blanqueado con cal, con los números romanos de las horas grabados y pintados de negro.
“Las dos casas oscuras, casi iguales, se yerguen en la plaza, una frente a otra, como desafiándose. Quizá fueron construidas por familias rivales.
“En tiempo de la primera guerra carlista hubo allí oficinas y empleados y se alojaron personajes importantes.
"Son dos casas sombrías, siniestras. Es muy posible que en ellas haya habido duendes, almas en pena y ruido de cadenas. Si no los ha habido es más que por culpa suya por falta de imaginación de los mirambelianos.”

En la pared de la casa Aliaga aparecen notas de la época charlista. Lo mismo sucede en otros edificios del pueblo


Casa Castellot

Su fachada tiene signos de ostentación de un status social elevado. En la planta noble las  ventanas son adentelladas con alféizar modulado; la portada es de medio punto; termina con la galería de arcos aragonesa típica y un doble alero volado de madera.

En la fachada lateral encontraremos una terraza bajo un amplio arco de medio punto.

En Mirambel hay otras casas señoriales, tales como las de Almudena, Costeras, Pastor, Barceló, de los Julianes, Lasota, Gorreta y Boiles. En la de Lasota o Casa Masas podemos apreciar 365 aberturas, tatas como días tiene el año.

Casa Castellot, otro ejemplo de palacio renacentista aragonés.


Casa Barceló

Casa de los Julianes. El ventanal inferior está decorado de cruces gamadas (símbolo solar), seguramente procedente del castillo templario.
La ventana con las cruces gamadas (símbolos solares) 


Ermita de San Roque

A la salida del pueblo, tiene una orientación de 100º, la misma que la iglesia parroquial, lo que también nos hace pensar que allí hubo alguna construcción templaria. Además, San Roque es uno de los santos del Temple.

La ermita se construyó en su fase actual en 1648, para celebrar que en Mirambel se había acabado una epidemia de peste.


Ermita de San Roque

En las fiestas de San Roque -el fin de semana más próximo al 15 de agosto- se celebraba la fiesta de los quintos, y era costumbre llevar un toro al que se le hacía arrodillar en el atrio mirando al altar mayor. Esta fiesta nos lleva a los ritos prehistóricos de cambios de edad (de niño a hombre y de dominio del toro, el animal más fuerte).

A destacar, con cierta sorpresa, que el atrio es un lugar de fuerte energía negativa.

Mirambel está rodeada de ermitas: San Martín, San Cristóbal,  San José, la Virgen del Pilar (también orientada 100º) y Santa Ana.

El suelo del atrio d ela ermita dibuja un octógono templario. Su nivel energético es muy bajo.


La pequeña ermita de la Virgen del Pilar, orientada a la salida del sol en los primeros días de octubre, al igual que la ermita de San Roque y la iglesia parroquial.


La Santonada

Esta fiesta era muy celebrada en Mirambel. Constaba de una representación teatral de las tentaciones de San Antonio Abad, patrón de los animales, en la que una joven y rica dama lo intenta seducir. Como no consigue sus propósitos, la dama se alía con los demonios e intentan quemar la “barraca” del santo, al que finalmente rescatará un santo.

La fiesta refleja una ideología patriarcal (la dama es en realidad la Madre Tierra, a la que se demoniza y finalmente se derrota), pero no dejan de aflorar otros elementos del sistema de creencias prehistórico muy interesantes, que quizá tengan su origen en el  Paleolítico: san Antonio en realidad es el espíritu -el ‘patrón’, en terminología católica- de los animales.